A todos nos enamora la figura del alto estado, pero debemos preguntarnos si su perfil ya no pertenece a la literatura del género utópico. Tony Blair es hoy menos popular que la caza de las ballenas. Cuando amuralló a Berlusconi, el hombre pronunció una homilía orquestal para decir y no decir que era una buena persona. Y lo mejor que se puede decir del currículum de Sarkozy es que carece de antecedentes penales. También ayuda a que la popularidad de un expresidente implique la fuerza de nada bueno: lo acabamos de ver con Trump en Iowa.
Entre nosotros, Suárez fue elegido para ser adorado después; Calvo-Sotelo se ha convertido en un hombre elegante, González es una estrella de las montañas rojas y Rajoy es el mejor sobrio de la calle Jorge Juan. Sólo Zapatero y Aznar siguen filmando pasión: con ambos es fácil saber por qué. Esta misma semana acabó en los últimos años de legislatura en la que un Doberman no tan doberman le dejó el poder de un Bambi que poco tenía Bambi. Nuestras disputas delimitan el anillo político-cultural que hoy seguimos. Quizás así se explica que hayan vuelto.
No era fácil pensar en Zapatero: durante muchos años era un lugar común que no hicieras tu gran acto de grandeza seppuku patriótico en mayo de 2010. Regresó, pero el país –o sus asuntos públicos– siguieron los pasos. El propio Zapatero declaró que, en aquellos días, se comportaba menos como un socialista que como un presidente del Gobierno. El giro, en todos los casos, le llevó por la sangre: cuando Rajoy vuelva a la final de 2011, la Administración entrante se encontrará con los regalos de Navidad cargados de otro. Una desviación del déficit equivalente al subsidio del ejemplo. Un sector bancario rodeado de activos tóxicos. Un déficit exterior galopante y un déficit de tipos despejado. Si argumentas que no todo el mundo (ver la barra de crédito gratuito) fue culpa suya, a lo que puedes responder que los españoles votaron como si lo fuera. Algunos dicen que lo de Zapatero es un equilibrio para retirarse de una de esas vidas de silencio y penitencia con las que los padres castigaban sus discursos: como sabemos en Venezuela, no fue así.
Siempre motivado por dar la mejor versión de sí mismo, Aznar, por su parte, se guarda una posteridad aún más esperada: no es fácil sustituir los arponazos por lo que han escrito en la bandeja. aznarato de Tusell y el aznaridad de Vázquez Montalbán. El mayor problema, sin embargo, lo sostuvo por derecho propio: en conciencia crítica, Álvarez de Toledo, el representante de Irak; su historiador, González Cuevas, le atribuye una imprudencia que es “lo contrario de lo que debe ser un auténtico político conservador”. Contra Irak ha venido a demostrarle todo el derecho a lo que Blas Piñar (!) quiere a Juan Pablo II. Y así se fue embotando al otro Aznar: el que reunificó y modernizó las derechas, el que aquí planta una alternativa liberal, el de las clases medias que aspira a más tiempo, el que se sumó al G-8. La absorción de su legado tuvo un carácter conflictivo también en las puertas internas: el vínculo FAES-PP se rompió y él mismo abandonó la presidencia de honor del partido.
En este último mes hemos visto —¡regresa victorioso!— el regreso, más partidista que antes, de los dos expresidentes. Zapatero se mostró un “orgullo” del PSOE, hasta el punto de que Aznar y Rajoy hablaron juntos, también con cara de endodoncia, por primera vez en años. La izquierda prefirió olvidar que Zapatero dijo frases —“reducir los sueldos del personal del sector público”— más específicas de Milei, pues la ley prefirió pronto enterrar la revolución neoconservadora o la gestión del 11-M. Lo significativo es que Aznar y Zapatero no han querido reconciliarse con sus propias bases ni siquiera por mucho que acosan a los demás: la derecha no ha perdonado a Zapatero, como la izquierda nunca perdonará a Aznar. Una pena, claro: aceptar este legado no sería tan generoso con nosotros como estar con nosotros. Y también me habría causado dolor, si no lo hubiera asimilado, recordar algo que hoy nos parece imposible: aún con su antagonismo, ambos se unirán para firmar un pacto antiterrorista.
Desde hace 20 años extrae una polarización que sólo él conoce creciendo y por tanto, además de negar el reconocimiento debido al otro, pasa por entender la política como encontrar al culpable. No seremos tan angelicales para igualar responsabilidades: desde una posición conservadora, se cree que no es lo mismo el Aznar que, en el strenar alcalde absoluto, afirma que “hoy se acabó la guerra civil como tema político” que el izquierda que quiso anclar nostra la democracia no está ligada a la reconciliación nacional, sino a la recuperación de la legitimidad republicana. Eran tiempos de transición en los que Aranguren pedía, con el sintagma que tenía suerte, “a derecha civilizada”. No insistimos: no siempre ha estado a la altura. Aranguren, sin embargo, pedía al mismo tiempo “la desaparición del espíritu revolucionario de la izquierda” y, por decirlo de la forma más mínima posible, sobre truchas cada vez más que los predios del centro. Evidentemente, ya estamos tardando algunos años en reconocer que estaremos en el cainismo nos sentimos como en casa.
Regístrate para seguir leyendo
lee sin limites
_