La xenofobia no existe. Es la peste y el cólera. La semana pasada, cuando el Gobierno pactaba con Junts para entregar competencias migratorias a Cataluña, periódicos y editorialistas temían que se entregara “a un partido xenófobo”. Consulte Junts. Son los mismos que no ven la vida de la xenofobia voxiana, lacerante como una playa, putrefacta como pus, cuando vaticinaron que la formación ultramodesta formaría Gobierno con el Partido Popular.
Ignacio Camacho anunció el viernes en A B C del que Puigdemont es, entre otras cosas, “escapado del coraje, insultante de la retórica, resentido, engrandecido de los aires” –cada semana alguien rompe el medidor del insulto– y también “un xenófobo de manual”. Xenofobia, algo malo. El 20 de julio, cuando la muchacha atacó la posibilidad de un pacto entre don Alberto y los xenófobos de Vox, Camacho escribió que “la negación de la legitimidad del oponente es un recurso político clásico, alimentado en la posmodernidad por el uso masivo de la hipérbole como recurso”. elemento de agitación de los instintos exaltados”.
Iñaki Ellakuría titulaba el viernes en el mundo que “Junts exhibe un perfil xenófobo para conseguir de Sánchez la gestión de la inmigración en Cataluña”. Afeaba lo que consideraba acciones xenófobas del partido independentista catalán. Porque la xenofobia es la plaga. Pero Ellakuria duró poco, porque al día siguiente publicó una columna para defender a los pseudomediáticos xenófobos de lo que llamaron “periodismo crítico” y “profesionales honoríficos”, en referencia a los activistas ultraderecha con micrófonos.
Pedro Narváez, subdirector de La Razón, Escribió que Junts “abraza la teoría (…) del ‘gran reemplazo’ por el cual los europeos blancos serán reemplazados por islamistas de cualquier raza o negros de cualquier religión”. Un toro que lleva años corriendo por Europa con su plaga xenófoba en las calles. Hace bien Narváez en advertir al lector, porque en su periódico hay artículos que niegan la xenofobia de Vox, partido defensor de esa teoría conspirativa. Esas denuncia si vieron como “rasgado demagógico de vestiduras de la corrección política”, escrito en abril de 2021 por Carlos Rodríguez Braun.
es Libertad Digital (en la parte inferior de la parte posterior) Antonio Robles escribió la semana pasada que otorgar competencias migratorias a la Generalitat era “una vieja época racista” del nacionalismo catalán. Robles escribió en noviembre que “el día que el PP y Feijóo dejen de temer sean satanizados por el pacto con Vox, Pedro perderá el poder de intimidarlos”. Porque la xenofobia de Vox no molestó a la hora de asumir el popular papel de muleta.
José Alejandro Vara opinaba en Vozpópuli que el presidente “ha terminado de entrar en el palo de prohibición [sic] a un grupo de supremacistas, borrachos de rencor y henchidos de butifarra”. El suprematismo, como la xenofobia, es malo. Aunque en agosto todavía escribía que “Macron está perdido, rodeado por cinco millones de magrebíes que deciden quién enviar en las calles”, afirmando que está al servicio del olor a xenofobia.
Jorge Vilches, quien ha sido apoyado por varios reactores digitales (El Español, Vozpópuli, Libertad Digital) para acabar en El objetivo, El sábado le dijo a Sánchez que “perseguía la emigración a un partido xenófobo”. Contacta con Junts y entiende que no te gusta la xenofobia. Una semana antes, atacó a aquellos críticos que utilizaban hombres blancos embetunados para representar al rey Baltasar. Enemigo de la xenofobia, en diciembre defendió a Vox mofándose de quienes temen “el coco ultra”.
En agosto, Vilches escribió Lo que debe cambiar en Vox y dije tres cosas: dejar de lado su intención de abandonar las autonomías, que mejor verá su negativa a todo lo que tengo que ver con la Agenda 2030 de Naciones Unidas (fin de la pobreza, ugualdad de género, acción por el clima, entre otras) y conectarse mejor con el electorado negro. No se encontró que la xenofobia fuera un problema.
alsina
Idafe Martín, que firma una columna sobre los mediocres en el PAÍS, según uno, y mamggiarero sanchista de Lo País, según otros, escribieron la semana pasada que Carlos Alsina había enviado los decretos de Gobierno a don Alberto, quien no votó. Martín expresó una opinión que no es la suya, por lo que fue lo que dijo que el periódico del PP tuviera tanta popularidad. Martín se equivocó. Nadie es perfecto.
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