Todas las reuniones predicen la mayor parte de la probable victoria de Trump en las próximas elecciones presidenciales estatales, así como un aumento considerable del voto a los partidos de extrema derecha en las elecciones europeas. Parece que hemos entrado así en un momento populista similar al año 2016, cuando el magnate recuperó la presidencia y el Brexit acabó con la culminación del proyecto europeo. Lo más extraordinario, sin embargo, no es sólo que fenómenos similares puedan seguir repitiéndose – con Pen at the Doors, por ejemplo -, hasta que hayamos encontrado los instrumentos necesarios para contrarrestarlos. Esto es mucho más que las propuestas de estos grupos de descender cada vez más a los partidos conservadores del continente e incluso a algunos socialdemócratas, como lo demuestra el giro del Partido Socialista Danés en la cuestión migratoria. O incluso en particiones de extremo abandono, como en el propio promotor de la escisión de El enlace Alemán dirigido por Sahra Wagenknecht. Una opción ideológica se desvanece y trata de aislar algo de la vida recurriendo al arsenal dialéctico de su gran adversario. Si, como afirmó Gramsci, la clave de la excelencia política es la búsqueda de la hegemonía en el discurso, no hay duda de que la extrema derecha no se equivoca en su estrategia, salvo que se refiera a la supuesta “invasión migratoria”. ya es la demonización de la política estable.
Si esto es así, como digo, es porque algo falla en los intentos de asumir una defensa adecuada de lo que ocurre hasta ahora en el campo ideológico que sustenta a los elementos liberales de la democracia. La acción estratégica del pueblo consistió en presentar a todos sus rivales un grupo indiferente frente a quienes se sentían la única alternativa, como ellos. auténtico representantes de los intereses nacionales. La simplicidad de sus instrucciones facilitó el establecimiento de una política tribal, emocional y casi exclusivamente identitaria. Frente a ella, sus adversarios se presentan o como meros gestores de un complejo sistemático, o como todos en las versiones del problema. El desperto–, como defensores de una identidad fracturada y divisiva. No participamos en estos momentos de respuesta. Realpolitik La identidad nacional no tiene rivales. Pero de nuevo cuando lo encontró en el mercado electoral o, ligado al caso, cuando su anterior abominación retórica de los populistas se transmutó en aceptación cuando le pidió acceder al Gobierno. Y esto último no hace más que reforzar la idea de que, en efecto, los principios de quienes así lo presumen, incluso el bendito poder, no los guían. Otra batalla en la desconfianza hacia la política democrática.
¿Qué haces al respecto? No hay una solución clara cuando se reduce la autonomía política, cuando recurrimos a los temores hobbesianos por la seguridad y empezamos a tambalear el viejo consenso en torno a nuestros fundamentos normativos. Sí, es el factor decisivo. No, lo que producimos es la retirada de estos movimientos, cuya dimensión es antiliberal. ¿Pero hay alguien que realmente defienda la necesidad de la supervivencia de los elementos liberales de la democracia? Mi impresión es que se percibe cada vez más como un pastel que es la verdadera base de todo gobierno democrático.
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